
¿Qué es elogiar? Elogiar es destacar lo positivo y verdadero de un modo de hacer, de trabajar, de tratar a los demás, de una actitud determinada. Es un reconocimiento de méritos o actuaciones buenas de una persona; es una alabanza. El buen elogio fortalece conductas y actitudes positivas, es decir, es constructivo; y a la vez es auténtico, se ajusta a la verdad. De hecho, alabar de manera inmerecida —incluso de manera exagerada— al menos de entrada incomoda a quien va dirigida la alabanza y de ordinario genera rechazo y desconfianza hacia el autor de las palabras de ese elogio. El buen elogio no improvisa ni pretende controlar un comportamiento de otro; sino que aspira a expresar felicitaciones, incluso a veces va unido a una cierta admiración hacia la persona elogiada. En definitiva, el elogio construye; para ello requiere observación, empatía y cariño. Como escribió la profesora y escritora Jutta Burggraf, «cuando alguien nos mira con cariño, nos vemos estimulados a emprender grandes cosas, porque queremos merecer esta mirada».

Ciertamente hay que pensar qué se elogia o alaba, cuándo y cómo, incluso con qué palabras. El buen elogio no evanece ni intimida a quien lo recibe. ¿Cómo recibir los elogios? Con naturalidad, educación y sinceridad, y sin arrogancia de ninguna clase. Vale la pena considerar que el elogio —aunque sea una alabanza verdadera— a veces en lugar de tener un efecto constructivo puede despertar o fomentar en quien lo recibe sentimientos negativos de soberbia o vanidad, incluso puede hacer que uno opte por esforzarse y trabajar bien única y meramente para recibir el elogio del amigo, del equipo de trabajo, del profesor, del jefe de la oficina o de quien sea.

Elogiar nada tiene que ver con halagar. Halagar es otra cosa, es «adular o decir a alguien interesadamente cosas que le agraden» para satisfacer su orgullo o vanidad ¿Y si llegan los halagos? ¡Conviene estar prevenida! Los halagos y el afán personal —¡desmedido o leve!— de reconocimientos por una labor realizada o una actitud tomada, esclavizan y dañan a la persona. Abren la puerta al mundo de las vanidades y de la superficialidad. Huir de los halagos y de los reconocimientos vanos —es decir, vacíos de contenido— es liberarse de ellos y eso significa no provocarlos ni buscarlos ni esperarlos ni tampoco fomentarlos. La manera de conseguirlo es teniendo un motivo importante, profundamente valioso, que rija, gobierne y presida los quehaceres profesionales, sociales y personales de cada día, es decir, teniendo un ideal de gran valor que guíe la propia vida y sea el auténtico motor de ella
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