Descubrir y saber «aprovechar» un buen encuentro 

A lo largo de los años todas hemos coincidido con muchas personas en los diversos ámbitos de nuestra vida (familiar, social, escolar, universitario, profesional, deportivo, etc.). De hecho, —como explica Xosé Manuel Domínguez— todos tenemos la experiencia de haber tratado a mucha gente: jóvenes, de mediana edad, mayores. No obstante, el hecho de tratarnos mutuamente no siempre garantiza un verdadero encuentro en el sentido de que «no siempre deja huella en la vida de uno». En ese caso, esas personas (que hemos tratado, pero que no han dejado huella en nuestra vida) al final son auténticos desconocidos.

El verdadero encuentro —según este autor— requiere situaciones biográficas distintas. Por ejemplo, padre e hijo, abuelo y nieto, profesor y alumno, mentor y aprendiz o asesorado. Según explica Xosé Manuel Domínguez, eso no significa que «uno sea más y otro menos», sino que entre ambos hay una asimetría en relación a la vida vivida, que lleva a uno a abrirse al otro (para ser atendido), y al otro le lleva a atender al que es distinto de sí (para ayudarle), «respetando su exclusividad, su originalidad y su propio mundo», detalla este autor. El verdadero encuentro promueve el crecimiento personal de ambos, tanto del que atiende al otro como del que es atendido.

Parafraseando a Domínguez, un encuentro verdadero es un iluminador de la propia vida. ¿Por qué? Porque ofrece nuevas perspectivas y nuevas claves para interpretar la vida de uno mismo, para interrogarse sobre el sentido de la propia vida, y replantearse cambios de mejora personal. Por lo tanto, cuando surge un buen encuentro hay que prestarle atención, que significa escuchar a la otra persona, interpelarse uno a sí mismo, pensar y, después, con total libertad decidir qué quiere uno hacer con su vida, cómo quiere enfocarla o reenfocarla. Un buen encuentro es un regalo valioso, que de ordinario es inesperado, porque no avisa, pero su llegada se nota porque reconforta interiormente. Descubrirlo y saber «aprovecharlo» depende de cada uno, es decir, de la propia capacidad de escucha y atención a los demás, y de la reflexión personal.

Fotos: Unsplash

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